Quizá porque el verbo, el que nos mueve o nos detiene... a menudo no corre de nuestra cuenta.

miércoles, 11 de abril de 2012

Hilos, cuerdas, cadenas.


Poco a poco voy cortando hilos. Los voy dejando sobre la mesa donde ahora escribo. No eran hilos. Eran cuerdas de esparto que han ido arañando las muñecas, los tobillos, la cintura. Tampoco eran tan cortos; solo hebras que lucían como flecos aparentes... cada vez menos consistentes. Yo misma me había robado mi intimidad por la necesidad de contar. Contar descontando tiempo para alimentar la conciencia... incluso el hambre  para poder comer. Un nido de espinos en el nido del hogar. Dios sabe lo que ha supuesto desasirme de muchas ataduras que eran cadenas y me han impedido caminar... sabe que he ido a tientas y bastaba un leve movimiento para desanudar el pañuelo tupido que cubría los ojos. Poder correr y mirar, sin ser perseguido ni observado. 

Quien escribe lo hace siempre para un hipotético lector. Me gusta el adjetivo hipotético. Ahora mismo, en este punto del crono de mi existencia, prefiero no saber si alguien lee lo que vomito. Agradecida por esta ventana que me permite seguir desde un discreto rincón. Hoy, más que nunca, la palabra es agradecida. 

La casa está vacía. Y te espero...