Quizá porque el verbo, el que nos mueve o nos detiene... a menudo no corre de nuestra cuenta.

viernes, 22 de junio de 2012

En la noria.


Estás arriba y estás abajo. Ves a la gente de cara o desde la lejanía. Las bajadas comprimen el estómago y es en ese vértigo cuando lo razonable resulta irracional para el que te escucha... si te escucha... si tienes la fortuna de que alguien que te importa te escucha... Y como en la noria, al día siguiente estás arriba con la certeza de que en cualquier momento vas a volver al suelo; la maquinaria está programada para ello. 

Quien vive así no tiene palabra, no cumple, no puede atar nada... ¿Estaré en la cumbre o iniciaré de nuevo la inevitable bajada? Quien está así, aguarda que se presente la esperanza intermitente... o grita o calla... La noria de feria de barrio luce hermosa por la noche, con colorines y aspavientos y risas juveniles. Los críos y los enamorados se bajan y compran nubes de algodón azucaradas y dan un paseo por las calles con las manos enlazadas. El que se quedó pretende hacer lo mismo. Intenta desasirse de las cadenas, pero el cerrajero murió hace tiempo. ¿Y para qué sirve este invento?