Quizá porque el verbo, el que nos mueve o nos detiene... a menudo no corre de nuestra cuenta.

sábado, 21 de abril de 2012

Como un paraguas.



Unos días apretados que apenas me ha dado tiempo de abrir la tapa del portátil. 


Ha muerto la madre de un amigo; hijo único. Cuando alguien se queda huérfano no importa la edad. Sin padre, sin madre, sin hermanos... A mis 51 son cada vez más frecuentes las visitas al tanatorio para dar el pésame y rezar un responso... asistir a la Misa-funeral... Esta vez la muerte se ha agarrado más a mi corazón. Tu madre, amigo, ha podido ser la mía... 


Tengo padres todavía. Y hay épocas en las que la urgencia ¿o el atolondramiento? se sitúan en primer lugar. Paso días ... incluso semanas... sin ir a visitarlos. ¡Qué solos están! Mi madre ... mamá guapa... Su vida es la del papá y la nuestra; después la de sus nueras y su yerno... y sus nietos. Es difícil describir la entrega sin reservas de mi madre. Hija de una familia muy numerosa, ha construido el hogar cálido, sin ostentación pero acogedor... que mi padre nunca tuvo. Mi padre, eterno "cascarrabias" autodidacta, huérfano de padre a los tres años... Trabajador infatigable. Qué mayor estás, papá...


He llorado mucho y llevo tres días visitándolos con cualquier excusa. Pero mi madre, que lee donde no hay letras, sabe que pasa algo... Aunque nos queremos que no hay palabras para definirlo, nuestra sintonía es relativamente reciente. Creo que desde que aceptamos que somos muy distintas a pesar de que el fundamento de nuestras vidas es el mismo; desde que nos respetamos ... Indudablemente nos queremos más. Anteayer hablamos largo en la cocina. Con voz quebrada, como si pensara en voz alta... con ternura... me hizo partícipe de una inquietud. ¿Quién acogerá a tu hermano ...? ¿Seguirá viniendo cuando el papá y yo ya no estemos?... Mamá, querida mamá. Con lo que ha sufrido porque no nos hemos podido permitir ni una comida fuera de casa... por estar pagando la casa. Una casa viejecita pero grande, con un poco de jardín... para ACOGER. Hemos sonreído. Me ha costado que entendiera que preferimos renunciar a muchas cosas superfluas pero tener espacio suficiente para la piña familiar. Que los hijos no necesiten huir porque una patología los asfixie. Mamá... Ya no nos queda cintura y son obvias las marcas del cinturón. Esa ha sido la mejor escuela para nuestros hijos, que asientan sus raíces en principios intangibles... Esa casa grande -el cielo en la tierra- tiene un vocación: recibir, aglutinar, anudar. Tranquila, madre...


Imagino el futuro como un paraguas grande y volandero, dispuesto siempre a cobijar... Dios lo quiera y me dé fuerzas.