Quizá porque el verbo, el que nos mueve o nos detiene... a menudo no corre de nuestra cuenta.

jueves, 5 de julio de 2012

¿Aprender a vivir...?

Imagen obtenida del blog "Saltando Muros"

Se acerca el día de la visita. Mañana por la mañana. La ley de Murphi es implacable y voy a trasladarme sola. Casi lo prefiero.  Iré anotando. Debo aprovechar la oportunidad que se me brinda para no dejar nada por decir... nada sin especificar... Huir de la divagación y ser cruel conmigo misma. Es así... Y se denomina crueldad. Reconocer y exponer los aspectos más recónditos de la locura suma muchos grados de sufrimiento. La katarsis es dura pero necesaria. Y tengo miedo. Al cambio de medicación, a destapar hasta qué punto la labilidad emocional se ha disparado en poco tiempo... llegando a picos álgidos. Temor a las consecuencias de contar qué lugares no puedo pisar, qué personas no puedo rozar, qué palabras no puedo escuchar... sin que yo misma sea una bomba de relojería. En tantas ocasiones creo que me abandona lo que define al ser humano. Me ronda la idea de que exista la posibilidad de ser pelota-persona... que se aniquila a ratos sin silbato que anuncie lo que se precipitará a pesar de las rocas punzantes y las escarpadas. Y resuenan las palabras del Santo Padre: Dios te amó primero. Me lo creo. ¿Quién me va a ayudar a que mi entorno más directo también lo sepa? Busco respuestas a este cambio profundo. Respuestas que son causas... no culpas. Dentro de unas horas llega la larguirucha. Confundo su sombra con la mía. Intuyo un dolor que no puedo jurar... y no puedo desasirme de estos pensamientos funestos que le auguran un itinerario clonado al de su madre. Y el terrícola que da vueltas a mi alrededor ... Estará ausente hasta la noche. Y la noche concentrará el sudor de toda la jornada. 

Mañana se me antoja muy tarde. Ahora sería capaz de desparramar todo sin dificultad. No sé mañana... Facultativa nueva... Pánico a no poder desasirme de lo que he estado escribiendo en la conciencia y preciso borrar o tachar o reescribir con metáforas que no huelan a podrido. ¿Estoy todavía a tiempo de aprender a vivir sin negarme a la vida? 

Señor mío y Dios mío... ¡Señor mío y Dios mío... también mío!