Quizá porque el verbo, el que nos mueve o nos detiene... a menudo no corre de nuestra cuenta.

domingo, 8 de julio de 2012

Con la despensa llena...



Allá... afuera... la algarabía de los veraneantes y el ruido de las chanclas arrastrándose a pesar de que hoy no ha lucido el sol. Risas,  algún grito... tío, que  no empujes... A veces imagino estas vidas que veo todos los estíos y conozco superficialmente... Los chicos crecen de año en año. Y los mayores se mantienen hasta que llega un día que adviertes un bajón, muchas más arrugas, achaques... El tiempo es implacable. No se detiene para nadie. Ausencias que adviertes de repente. ¿No sabías? Murió hace unos meses... Las condolencias de corazón. Te paras y piensas. Nunca más. Ya no volveré a verlo paseando por la orilla, despacio, con el agua hasta los tobillos para aliviar la mala circulación. Parece mentira... Qué poco recordamos que la muerte es una vecina que tiene la paciencia de llamar a la puerta el día que tenemos la despensa llena... 


Ahora... esta temporada... el tema me echa para atrás. Tiro de las sobras y hace tiempo que no cargo el carro. La despensa con telarañas. Todavía quedan bastantes semanas para un buen inventario y una lista completa. El verano apenas acaba de empezar. O así me gusta pensarlo... Temprano madruga la madrugada... y son instantes que no tienen por qué ser vacíos.