Quizá porque el verbo, el que nos mueve o nos detiene... a menudo no corre de nuestra cuenta.

viernes, 4 de mayo de 2012

"Y por pensar...


Robert Doisneau
tengo un millón de cicatrices". 

Tiene gracia que así acabara el post anterior, con el "Canto del loco", y hoy hablara de ello con mi hija y sus compañeras de clase. Están estudiando el lenguaje periodístico y me preguntaban cómo era mi colaboración en el periódico local. 
-Columna
-¿Columna?
-Sí, columna. Día fijo,  foto y un nombre.
-¿Un nombre? ¿Qué nombre?...

He sonreído pensando en esos tiempos que engendraba para el domingo un artículo. Siempre arrancaba con una anécdota personal e intentaba profundizar en valores humanos, educación, familia, enseñanza, solidaridad, respeto, caridad... y en el sentido trascendente de la persona -Imago Dei-. El nombre surgió como un juego de palabras en las que el verbo pensar rescata el pensamiento (valga la redundancia) como base de muchas actividades y reivindica su gratuidad. 

-Ojo, chicas... Pensar , abstraer, es uno de los potenciales del hombre que más enriquece. Pero a veces llegas a conclusiones duras. Y conciencia obliga. No vale entonces cruzarse de brazos... Pensar, reflexionar... ¡compromete!

Ya estoy acostumbrada a que se rían. Sé que lo hacen con cariño; las conozco desde que son pre-escolarinas... Pero no me toman en serio. Si supieran el goce de la reflexión cuando solo se escucha el silencio; el placer de la contemplación ante el milagro de la creación... 

Últimamente pintan bastos. La crisis económica seca la tierra y la cuartea... Y sin embargo ahora, más que nunca, noto que hay agua en el pozo de nuestra existencia. Está dentro aunque no "llueva café en el campo", como canta Juan Luis Guerra. Son todas las lluvias de antaño en el hogar de nuestros  padres, cuando hincábamos codos o nos hacíamos fuertes en la austeridad, con los juegos de infancia sencillos e imaginativos, cuando empezamos a colaborar en las cargas familiares con clases particulares y la tecnología todavía no ensordecía el diálogo. Todas esas conversaciones alrededor de la mesa después de escuchar las batallas educativas de nuestro padre-profesor y el descanso reparador con el olor a limpio de las sábanas oreadas por mi madre.  

Hay agua en el pozo y aprendemos a regar sin desperdiciar agua. Y enseñamos a la prole cómo pueden llenar sus pequeños pozos. Pero previamente deben saber construir su propia estructura para ser hombres libres, de bien, solidarios con sus semejantes y generosos con el Creador. Y encontrar cada día un hueco con paréntesis de reflexión.