Estoy recordando un pliego que leí en septiembre.
Primero despertó mi interés y luego me dejó con zozobra y un enfado
que el interlocutor me tuvo que recordar que "no estoy
sordo/a, afortunadamente". El caso es que mi señor padre no tiene internet y me pidió que le imprimiera un texto.
¿Cómo se puede desleer? En mala hora se me
ocurrió echarle una ojeada obviando que en otoño y en primavera todo se me pega
con superglú.
Debo mantener el anonimato aunque este blog esté
perdido en la galaxia. Un buen día pensé que la prudencia abarcaba
bastantes campos. Espero que no se me vaya la pinza y no me traicione a mí
misma.
Cuando, tras una lectura, vivo determinadas
situaciones... bfffffff... parece como si tuviera un impedimento para abstraerme del
martilleo y soy incapaz de escribir sobre... no sé... ¿cómo se hace un
huevo frito, por ejemplo? La piel, los músculos, los tuétanos, las
neuronas y los recuerdos sangran. Y la hemorragia dura y
dura.
Muchas veces pienso que las bitácoras personales
nacieron con vocación de ser una expresión fiel de quien escribe y yo he tenido
que amputar habitualmente muchos tentáculos de pulpos llenos de tinta
y me quedo a medias. Probablemente este poco de vergüenza torera que todavía me queda sea un arma de doble filo que preserva mi intimidad… pero, en igual medida, araña por dentro.
Y así estoy. En carne viva... por un
desafortunado pliego que me devuelve al pasado y que ya cansa de tener que
cerrarlo trimestre sí, trimestre no... resucitando la figura del
"sereno" en tiempos de porteros automáticos.
He de escribir sobre el SERENO. En mi barrio
todavía no lo han jubilado.