Nací en el mar, perfumadita de brea... Te encontré en el asfalto. Debía ser así. Porque tú mirabas siempre el recorrido de tus pies y yo el reflejo del agua en un cielo donde no había agua. Abajo y arriba.
Debimos de tropezar y nos caímos al suelo.
Recogiste los libros y los apuntes que se los llevaba el viento. En cuclillas ... alzaste la mirada y yo bajé la mía. El asfalto y el mar no están tan lejos. Yo te lo enseñé cuando te mostré mi tierra.
El tiempo, como si fuera un presagio, ha apretado el espacio. De la casa al asfalto, del asfalto a la arena, de la arena a nuestro trozo de mar. Hemos dejado de contar las horas a golpe de campanario y son las olas nocturnas, más bravas, las que marcan el sueño de nuestras veladas de adultos. Aunque te conocí en el asfalto, fueron los largos recorridos de cuatro pies descalzos el marco del enamoramiento hasta el te quiero... en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza... todos los días de mi vida. Desde hace años, salpicada de salitre y tenues brisas mediterráneas.